Recuerdos del Alcoy Antiguo (I): El desaparecido callejón de las Monjas

En el año 1933, empezando el mismo día 1 de enero, Antonio Valor Albors (1889-1966) publicó una serie de artículos rememorando aspectos del Alcoy antiguo que habían desaparecido o cambiado sustancialmente. Aquí publicaremos algunos de ellos.

Antonio Valor Albors

Antonio Valor Albors, nieto de Agustín Albors («Pelletes») estaba vinculado a la industria textil, pero fue poeta, presidente del Ateneo Alcoyano, y político conservador, llegando a ser teniente de alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera. A lo largo de los artículos de esta serie, escrita cuando tenía unos 44 años, domina una visión nostálgica del pasado, de su infancia y juventud, que transcurrió en los años del cambio de siglo. Su ideología, conservadora y muy religiosa, también trasluce en sus textos, seguramente potenciada por el cambio de régimen político que había sucedido menos de dos años antes.

Por todo esto, la perspectiva con que escribe esta serie se resume en gran parte con el tópico de «cualquier tiempo pasado fue mejor». Aún así, las descripciones que realiza son muy interesantes, puesto que ilustran el aspecto y la vida de lugares que hace 90 años ya habían pasado a la historia, y de los que en muchos casos no ha llegado representación gráfica hasta nuestros días.

La primera entrega nos habla del desaparecido callejón de las Monjas, que corría de forma paralela a la calle de Santo Tomás, empezando en lo que hoy es la puerta del Masymás y que acababa en una puerta trasera del convento del Santo Sepulcro. Sus casas se demolieron en 1928-29 para ensanchar la calle de Santo Tomás, una vez inaugurado el puente de San Jorge. Hasta la fecha no se conocen fotos de este callejón previas a su demolición.

Calle Santo Tomás tras los derribos para su ensanche

Para mi respetable señora y tía doña Emilia Moltó, viuda de Vicens, figura venerable de nuestra familia, símbolo de las santas y nobles tradiciones y los más caros recuerdos, que evoco en este artículo y los sucesivos.

Cuantas veces piso los solares existentes a espaldas de la calle del Carmen y esquina del convento del Santo Sepulcro, me viene el recuerdo de aquel típico callejón que daba acceso a la iglesia de las monjas Agustinas. Aquel lugar estrecho enclavado en el centro de la ciudad, de casas viejas y de trazado irregular, de ambiente húmedo, puesto que el padre sol sólo lo visitaba en ciertas horas y épocas del año, con su escalinata de dos tramos que había que bajar para ganar la puerta, con sus pasamanos de hierro agarrado a las paredes y la fachada del templo, de piedra de sillería ennegrecida por los años y con la imagen del Niño Jesús del Milagro de alto relieve… tenía un aspecto novelesco y a mí “me decía” mucho más aquella entrada retirada y tranquila a la Casa de Dios, que la que hoy tiene por la nueva ancha y moderna vía construida en la antigua y angosta calle de Santo Tomás.

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Una fachada del callejón (AMA)

Aquella callejuela, ¡cuántos recuerdos de mi infancia me traía a la mente, cada vez que por allí pasaba! Cuando me llevaba mi santa madre a visitar la sagrada imagen que allí se venera, por aquellos lugares, en noches de invierno, oscuras y frías, de cielo estrellado, aún suena en mi oído las pisadas silenciosas de las gentes que por allí discurrían y la voz temblorosa y apagada de un mendigo que acurrucado en el primer peldaño de la escalera, tendía la trémula mano a las almas compasivas, en demanda de socorro y con el que mi madre me hacía ejercer la caridad acompañada de atinadas reflexiones morales. Aquella luz parpadeante del mechero de gas, encerrado entre los cristales de aquellos faroles desaparecidos, proyectando sobre las paredes sombras fantásticas; una vieja con su sillita plegable, o “catret”, utensilio ya en desuso por completo de las mujeres asistentes al templo; un clérigo embozado con su manteo de vueltas de terciopelo, dejando sólo al descubierto de su cara el reflejo de los vidrios de sus gafas y con enorme sombrero de teja, tipo, cual los que yo contemplaba por aquel entonces, pintado en unos antiguos azulejos que se conservaban en los armarios y despensas de la casa de una señora de mi familia de costumbres y gustos patriarcales… y allá en el interior del templo, la voz de las religiosas entonando sus rezos y sus cánticos, lo mismo que en el primer día que fundara el monasterio el Beato Juan de Ribera.

Nueva fachada del convento

Hoy la entrada lateral de dicha iglesia, tiene delante demasiadas cosas modernas o ultramodernas, demasiado barullo, mucho movimiento. ¡Oh los automóviles, cuando se ponen pesados con las bocinas desconcertantes y los ruidos estrepitosos de sus motores! Estos alardes petulantes de mecanismo y de modernismo, muchas veces me crispan los nervios y suena en mis oídos la alocada e irreflexiva voz del materialismo, que nos va ahogando. Yo pienso algunas veces si habré nacido demasiado pronto, para no comprender ciertos ritmos del día, que embelesan tanto a los infelices mortales de nuestro tiempo… pero no, me digo, yo siento y estoy ufano de sentir emociones en mi alma que me hacen gozar de manera intensa y apasionada de las cosas internas…, ¡que son las cosas de Dios!…

Recuerdos del Alcoy Antiguo (I), Antonio Valor Albors. La Gaceta de Levante, 1 de enero de 1933
En el centro, el callejón de las Monjas en el plano de 1875. A la izquierda se ve la plaza de San Jorge, y a la derecha, la del Carmen y la de San Agustín.

Sitios de interés para profundizar en la historia de Alcoy

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