Recuerdos del Alcoy antiguo (III): La Casa de Merita

En la tercera entrega de esta serie de 1933 sobre el Alcoy antiguo, escrita por Antonio Valor Albors, este nos relata sus experiencias con la «Casa de Merita», que estaba situada en la placeta del Fossar, calle Mayor de la ciudad.

¿Quién no recordará los que hayamos nacido hace treinta o cuarenta años la antigua y señorial casa de los Merita? Distinguida y noble familia que durante el siglo XVIII y parte del siguiente gozó de gran prestigio y poseyó cuantiosos bienes raíces en nuestra ciudad. Este solar era conocido por nuestra generación con la denominación de “Casa de les Merites”; manera llana y familiar que el vulgo, que suele ser ocurrente para calificar a las personas y las cosas, empleaba con esta casa porque durante muchos años había sido habitada por sus dueñas, dos hermanas que permanecieron doncellas durante todos los días de su dilatada vida.

La casa situada en el punto que era el centro de la población cuando se edificó Santa María, la plazuela del Fosar, aunque bastante mutilada en su exterior y más aún en su interior por las innúmeras reformas a que sin criterio artístico de ninguna clase, ha sido sometida por los varios propietarios que ha tenido, aún la vemos desafiando los años y la mano profana y egoísta del que adquiere una cosa para explotar su rendimiento sin importarle un bledo la pátina respetable de los años, con su bagaje de tradición y de arte. A mí me produce el mismo efecto deplorable que me produciría una persona cargada de años y de abolengo, con su tez pintarrajeada, su pelo blanco teñido, sus arrugas mal disimuladas, vestida con un ropaje impropio de su condición, aparentando una juventud que no existe y obligada por el sino fatal de la suerte a ocuparse en trabajos humillantes para su clase.

Vista parcial de la casa desde las ruinas de Santa María, 1939. Contrasta su estilo con las colindantes, así como su alineación antigua. (Foto Mora, Archivo Álvaro Verdú)

Descripción de la casa

Recuerdo con encanto aquel zaguán enorme de suelo empedrado y con pasillos de largas losas, unas escalerillas a ambos lados que conducían a los entresuelos, un arco rebajado de sillería y de donde pendía un farol grande que debió alumbrar con aceite, con velas, y más tarde, con petróleo. Y entre los lienzos de pared que quedaban libres, había unos estribos formados por dos peldaños y un rellano de piedra blanca, que servía para subir cómodamente a la silla del caballo la dama de la mansión, cuando, acompañada de apuesto caballero, salía en las tardes de primavera o en las tibias mañanas invernales a orearse su ebúrnea frente con el céfiro del Carrascal y el Mariola.

El segundo tramo tiene una cúpula al fondo, una puerta baja de acceso al jardín, y una ancha y suave escalera con cerámica de dibujos y figurillas policromados, que remataba en el principal dando el aspecto de distinción y sobriedad a la vez.

La casa es de poca altura, solamente un piso primero con entresuelo y desván. Todos los edificios señoriales son bajos, la alta alcurnia no conoce del orgullo de las construcciones modernas. Grandes salones y aposentos, recayentes unos a la calle con los panzudos balcones en los que se puede cómodamente sentar una familia, y otros mirando al huerto, clásico huerto más bien que jardín, puesto que tenía sus parcelas de verduras comestibles y árboles de recreo y provecho a la vez: una copuda higuera, un laurel, un naranjo, unos olivos y una palmera, árboles latinos característicos de esta luminosa región mediterránea, representación simbólica de la generosidad, la victoria, el valor, la paz y el talento o la virtud. Este jardín, mezcla de romántico y de utilitario, no era fácil ser franqueado por quien no era de la familia o de la casa. De los pocos que en el recinto entraban, era un anciano e ilustrado sacerdote, cronista de la ciudad por aquel entonces, que en las mañanas de estío solía ir allí después de sus deberes eclesiásticos a leer sus rezos litúrgicos y tomar el chocolate sobre una rústica mesa de piedra que existía bajo aquel boscaje, y al frescor y susurro de una fuente que manaba agua de la boca de un mascarón. Pero las señoras no aparecían. El buen capellán entraba y salía por la misma puerta que lo hacía el hortelano, sin que muchas veces se apercibieran las dueñas y como en su propia casa, sin molestar ni ser molestado por nadie.

La casa sigue el modelo de vivienda señorial de la época moderna, tal y como lo describe Rogelio Sanchis en su texto «Apuntes inéditos sobre el Alcoy medieval», exceptuando el patio central descubierto:

Zaguán del Casal de Sant Jordi, también fue de los Merita (Revista ASJ, 1962)

Las casas de los caballeros o de los burgueses adinerados solían tener tres plantas: una planta baja formada por el vestíbulo o zaguán con amplio patio interior descubierto, un primer piso para los señores y otro superior para la servidumbre.

En la planta baja solía haber, lateralmente, unos entresuelos los que se subía mediante unos escasos escalones o alcorcins. Estos cuartos solían utilizarse para diversos servicios, entre ellos la guarda de los arreos de los tiros de los carruajes o los arneses para las caballerías. Al pie de estos escalones solía haber un poyo para montar a caballo con más facilidad.

En el patio central, generalmente, había un pozo para abastecer de agua a los moradores de la casa, las dependencias del portero y las puertas que daban acceso a las caballerizas y a otras piezas en las que los servidores amasaban el pan o lavaban la ropa. Tenían estas mansiones unos semi-sótanos o cellers donde se alineaban las tinajas de vino y de aceite.

Se subía al piso principal por una escalinata de piedra labrada adosada al patio y adornada con baranda de piedra o de madera y de hierro. Los escalones se adornan por su parte exterior con unas nervaduras o bordones. El piso de los señores daba tanto al patio interior como a la fachada exterior, y en él se hallaba el comedor y diversas cámaras provistas de amplias chimeneas. Al piso de los criados se llegaba por una escalera interior. Este piso se llamaba porxe porque recibía la luz del exterior por unas pequeñas ventanas alineadas formando arquería.

I Ciclo de Historia Alcoyana (1975), pag. 87

Sus propietarios

Esta casa señorial dataría de unos siglos atrás, y fue durante bastante tiempo propiedad de la familia Sempere, antes de pasar a los Meritas.

En el Llibre de la Peita, pertenecía a Paula Sempere, viuda de Joan Sempere. Esta pasaría a su hijo Joan, casado con Magdalena Pasqual primero, y finalmente con Vicenta Gisbert. En la división de su herencia, en noviembre de 1714, se indica que es una casa valorada en 1500 libras, con huerto y molino de aceite. La propiedad de la casa pasa a sus hijos, Josepha María (casada con Lorenzo Almunia Merita), Gerónima (casada con Juan Merita Capdevila), Paula y Antonia (a su viudo, Tomás Jordá, e hijo, Joseph).

En 1741 aparece como propietaria Paula Sempere. En el Libro Padrón de 1784, la casa y molino de aceite están inscritos a nombre de Joaquín Merita Sempere, hijo de Gerónima, y está valorada en 2000 libras. De dicho Joaquín, acabaría pasando a sus tataranietas Isabel, Julia y Joaquina Merita Merita, que la poseyeron hasta sus respectivas muertes en 1906 la primera, y 1908 las otras dos.

Vista de la casa y huerto de los Merita desde el Viaducto (Foto Matarredona, 1907)
Otra vista del jardín de la casa

Cuando paso por aquel edificio, a mi mente acuden las figuras respetables de doña Joaquina y doña Isabel, que así se llamaban las señoras, caminando con paso lento por aquellas vastas estancias, y allá adentro, en una cocina destartalada y antigua, con las paredes recubiertas de ladrillos de Manises y Alcora con pinturas de utensilios culinarios y manjares que abrían el apetito, unas sirvientas del tipo del criado tradicional, desaparecido en la actualidad, salvo alguna que otra excepción. Servidores cuya fidelidad era apreciada y correspondida y correspondida por sus dueños, con trato y afecto paternales.

¡Cuál no sería la pesadumbre de aquellas buenas señoras, si hubieran presenciado las vicisitudes por que pasó su casa! A la muerte de la última moradora, aquella aristocracia honesta y recatada, llevada calladamente durante tantos años con dignidad y aureolada de las más altas virtudes y cívicas, era asaltada por una democracia ramplona y vulgar de subido color iconoclasta; invadiendo en poco tiempo aquella dulce y apacible calma que presidía todo en aquel bello hogar, un tropel de acontecimientos nada gratos, a los que pensamos, que la vida no es solo la materia que nos rodea.

Allí hubo un circo, un teatro de verano, una comparsa de las fiestas, unas viviendas económicas en los porches, varios menestrales y comercios se instalaron en diferentes locales, sus salas espaciosas, fueron utilizadas para almacenes y oficinas de dos fabricantes de paños sucesivamente, en los bajos, los talleres de la Buena Prensa, donde se editaba “El Diario de Alcoy” y “La Revista Alcoyana”. Allí nació LA GACETA DE LEVANTE. También unas escuelas nacionales, un patronato y últimamente las manos virginales y caritativas de las Carmelitas, han recogido amorosas aquella mansión, purificándola de las lacras que en los primeros tiempos de los ultrajes recibiera, cual ellas saben hacerlo con los desvalidos que caen en sus bienhechores y santos brazos.

¿No es esto el símil de cuanto ocurre en nuestro tiempo en el noble y heroico solar hispano? ¡Pero esperemos las santas y amorosas manos…!

Recuerdos del Alcoy Antiguo (III), Antonio Valor Albors. La Gaceta de Levante, 15 de enero de 1933

El teatro de verano a que hace referencia el artículo se inauguró el día 12 de junio de 1909 por la compañía teatral de Pascual Gregori, como se indica en el Heraldo de Alcoy de esa fecha.

La necesidad sentida hace tiempo en nuestra población del espectáculo teatral durante el verano, ha sido subsanada gracias a la iniciativa de la sociedad «Lírico-Moderna» ha construido en el espacioso jardín de la misma, un bonito teatro, cuya inauguración se verificó el sábado último.
El nuevo coliseo, salvo la falta de una cubierta de lona que resguarde al público y a los artistas, del relente de la noche, reúne las mejores condiciones posibles.

Heraldo de Alcoy, 15 de junio de 1909

Efectivamente, a los pocos días un episodio de lluvias provocaría que la compañía teatral trasladase sus actuaciones al Teatro Calderón.


Sitios de interés para profundizar en la historia de Alcoy

Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *